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Sobrevivir al lupus

Por: Yadira López Velasco.

Tenía 24 años, cuando en un consultorio del Hospital Central Militar escuchaba de boca de mi médico decirme que, basándose en los ya 3 años de variados estudios, procesos y procedimientos médicos, mi diagnóstico era: Lupus eritematoso sistémico.

En marzo de 2011, llegué al servicio de urgencias por un fuerte dolor de cabeza, cansancio y fiebre de 39 grados, después de esa noche, el peregrinar por las diferentes salas del hospital fue una constante y, aunque el 80 % de las personas con lupus son mujeres, lo cierto es que los médicos varones, siguen moviéndose desde prejuicios que colocan a las pacientes en estereotipos que nos muestran como exageradas.

Ante el dolor articular, que no cesaba, los médicos, me mandaron al área de psicología, a su juicio, todo estaba en mi mente, pues mi cuerpa no presentaba lesiones que les hiciera pensar que existía una causa concreta para mi dolor, me recomendaron descansar, asistir a mis sesiones, pero día con día el dolor se hacía cada vez más fuerte, entonces, la gordafobia tan presente en el sistema de salud, les hizo pensar que mi peso tenía que ver en el evidente desgaste de mis ligamentos y fui sometida a una dieta que, con el paso del tiempo y unos kilos de menos, los obligó a replantearse el problema, pues el dolor jamás desapareció. He tenido innumerables complicaciones sanguíneas: hemorragias nasales, sangrado de encías y anemia.

Sin embargo, tener un diagnóstico, no alivió mis temores, pues comenzó entonces el proceso de rehabitar mi cuerpa, que tanto y tanto se había sometido a la mirada de médicos, enfermeras y practicantes, de reaprender hábitos, de cuidar mi alimentación, mis horas de sueño, fue comenzar el proceso de conocer lo que implica vivir con una enfermedad crónica como el lupus, entender que la vida había cambiado y que las enfermedades adyacentes al lupus Iban a trastocar la forma en que me percibía y en que las otras me percibían a mí. Al lupus le siguió, la fibromialgia, la artritis, la neblina lúpica, pero también vinieron las amigas del grupo del hospital, la escritura que me invita todo el tiempo a redescubrir el poder de la cuerpa que me da existencia, vino también el análisis y reflexión sobre la decadencia del sistema de salud en México, lo mucho que nos quedan debiendo a las mujeres con enfermedades crónicas, la sobreexigencia de un sistema que nos pide producir, aún cuando nuestras articulaciones atrofiadas nos gritan que necesitan descansar, vino el vacío de sentirse juzgada y abandonada y ver cómo la neblina reduce mi capacidad cognitiva, que olvido en qué calle estoy, ver que mi cerebro no me permite orientarme correctamente y tropiece con la pared, que sufra caídas, que mi piel se irrite con facilidad, pero el lupus me enseña de fortaleza de vencer los miedos, de acompañarme con otras, que como yo, pasan por una enfermedad que las ha hecho sentirse solas, las mujeres que tenemos enfermedades crónicas discapacitantes, también buscamos una voz y una representación dentro del feminismo, porque pocas veces podemos tomar las calles, pero activamos y acuerpamos desde otras fronteras, desde lo que nuestra cuerpa enferma nos permita, seguimos luchando y viviendo en la periferia de un mundo que no ha sido construido para mujeres enfermas.


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