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Transitar nuestra piel

Por: Minerva Mercado Guzmán


La sexualidad es una parte inherente en nuestra especie. Algo básico, instintivo e ineludible para la reproducción y socialización. Y aunque en la actualidad tratamos de forma más abierta este tema, las conversaciones, imágenes o alegorías de la sexualidad femenina en el arte, los medios o la publicidad siguen siendo tabú, en especial esa parte de nuestra anatomía cuya única función es que las mujeres sintamos placer. La simple idea de que nosotras, mujeres, tocamos y exploramos nuestro cuerpo, sea por curiosidad o para deleite, aún parece algo sucio y obsceno para muchas ¿cuántas veces se han leído comentarios, en torno a la (maravillosa) copa menstrual, de repulsión por tener contacto directo con su sangre o por la idea de explorar con sus propias manos esa cavidad tan suya y a la vez tan ajena a ellas?


¡Qué diferencia tan abismal entre el orgullo de los varones por su cuerpo y la ‘casi’ eterna alienación y rechazo que llegamos a tener por el nuestro! La altivez que utilizan los hombres (honesta o deshonestamente) para referirse a su físico y en específico, a su sexo, mientras que nosotras raramente encontramos esa certidumbre para sentirnos suficientes en estas carnes, curvas y cicatrices que nos acompañan hasta el final de la existencia.


Por supuesto que se vuelve difícil adueñarnos de nuestra anatomía cuando desde el primer día que llegamos a este mundo nos encontramos con otras personas definiendo y disponiendo de ésta, para su conveniencia. Llegamos a respirar un aire plagado de reglas, juicios y expectativas por cumplir cuando ni siquiera somos completamente conscientes de nuestra existencia y nos topamos con que cualquier acto de auto-exploración está prohibido para “no manchar nuestra pureza”.


Parece curioso que desde la infancia se nos enseña a permanecer ignorantes de nuestra anatomía bajo preceptos religiosos y pseudo-moralistas. Descubrir nuestro cuerpo se vuelve entonces una tarea clandestina e incluso vergonzosa; nos encontramos aisladas, a la deriva y desprovistas de la experiencia y el conocimiento de nuestras mayores, muchas de la cuales (sino es que la gran mayoría) pasaron por un proceso similar.


¡Qué diferencia tan grande habría si desde pequeñas tuviéramos un enfoque abierto sobre nuestra anatomía y sexualidad! Crecer rodeadas de mujeres seguras y conocedoras de su cuerpo, que con amor y respeto a éste nos enseñaran a descubrirlo y cuidarlo. Tener la confianza de llevar nuestras dudas a oídos de mujeres sabias y que éstas las reciban sin prejuicios ni recelos, dispuestas a conversar para crecer juntas.


Volvamos la vista a nuestro sexo, nuestra vulva ¿Con qué facilidad la nombramos? ¿Qué tan familiarizadas estamos con ella? ¿Y qué tanto nos permitimos recorrerla, reconocerla y descubrirla? Sea para nuestra satisfacción o curiosidad, debemos volvernos dueñas de cada milímetro y rincón de nuestra piel, de nuestro ser. Muchas veces es más fácil permitir el acceso a otros antes de nosotras darnos ese deleite y gozo, proveniente de nuestro interior, y entonces dejamos nuestro placer en manos equivocadas, de alguien más.


¿Has tenido un orgasmo? ¿a qué edad tuviste tu primer orgasmo? ¿llegaste a él por ti misma o hubo alguien más involucrado? Lamentablemente, hay mujeres que llegan a la vejez sin siquiera conocerlo. Mujeres que pasaron más de media vida casadas, que han tenido y criado hijas e hijos, nietas y nietos y que jamás experimentaron un orgasmo. Siendo poseedoras del clítoris, el único órgano humano cuya sola función es sentir placer y podríamos pasar nuestra vida entera sin conocerlo o conocerlo a medias, por una ideología sesgada acerca de nuestros cuerpos y sexualidad.


Extrañamente el tomar las riendas de nuestra sexualidad es “indecente”. Reconocernos suficientes y atractivas es símbolo de arrogancia y vanidad. Sentirnos plenas e independientes sin necesidad de un compañero es una falacia para muchos, sin por lo menos interesarse en nuestros logros personales. Nosotras, nuestra anatomía y nuestros gustos sexuales, se vuelven conceptos y “objetos” que parecieran algo siempre perfectible y disponibles a voluntad de cualquiera, menos de nosotras mismas.


Hablar de esto es necesario y urgente. Quitarnos ese pudor religiosamente enseñado y ser honestas con nosotras sobre lo que sabemos de nuestro cuerpo y cómo queremos vivir nuestra sexualidad, sea que la compartamos o no.


Creo que para ser dueñas de nuestra historia y nuestro futuro debemos ser dueñas de nuestra anatomía, en toda la extensión de la palabra. Conocernos milímetro a milímetro, recorrernos sin temor, pero con reverencia. Y sobre todo ser capaces de amarnos y complacernos sin el más mínimo atisbo de pudor o vergüenza, ya que no hay manos más adecuadas y competentes para transitar nuestra piel, que las propias.


Ser ajenas a nuestra anatomía, es permanecer ajenas a nosotras y a todas las cosas que somos capaces de lograr y recibir. Que la vergüenza la sientan quienes pretenden conocernos mejor que nosotras mismas o quienes quieran decirnos la forma “decente” de tratar nuestra persona. Que conocernos y complacernos sea nuestro orgullo y que sabernos suficientes y únicas sea la honra que le heredaremos a nuestras hijas y sus hijas.


Que el amor empiece por nosotras mismas y que el placer a manos propias, jamás nos falte.


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